lunes, 29 de junio de 2009

La vez que olvidé bajar la palanca…mi primera vez


Esa noche en la playa las olas eran mudas: Kinky tocaba por encima de todas…

Al terminar el último trago a mi primera botella de whisky, en medio de esa masa de adolescentes descalzos, llenos de arena, bañados de sudor y brisa marina le dije a H:
–Creo que el whisky no me hace –

BLACK OUT!
CAMBIO A:
La luz del interior de un vocho enciende, desde la parte trasera puedo ver a H con una mujer encima, me sonríe (vaya, sigo en la fiesta); al lado están mi hermano y hermana mayores.

Antes de decir palabra siento mis piernas, entumidas. Al frente veo la espalda de una mujer, cubierta de rizos dorados. (Vaya espectáculo… está sobre mi…y…¿quien es?)

Pregunto a H con la mirada pero esta entretenido con su propia espalda, así que aparto el cabello para besar el dorso de mi acompañante. Antes que alguien apague la luz alcanzo a ver a H con un gesto de aprobación perversa. El vehículo se pone en marcha.

Ella se estremece con mi lengua y dientes paseando por sus hombros y mis manos encajadas en sus caderas, haciendo equipo con la gravedad.
–Espera a que lleguemos a la habitación– me susurraba resistiendo.

Lo siguiente fue la alberca de afterparty más larga que he vivido y el cartón de cerveza más rápido que se ha bebido antes de subir a apoderarme del único cuarto con cama kingsize de aquellos bungalows.

Recuerdo que estábamos ebrios, que tomé esos primeros condones, ansioso por estrenarlos; que no me vine y resignado por no haber tenido una experiencia fuera del mundo, comencé con mi poco ecológica costumbre de desechar preservativos vía retrete. Al regresar me recosté a su lado.

Por la mañana (dos horas después) abre los pequeños ojos verdes (¿eran verdes?), me mira, sonríe, se levanta y entra al baño. Al salir tiene la misma sonrisa cómplice, con un toque de extrañeza y pregunta:

¿Qué hace un condón en la taza del baño?

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